El Tren Maya, una de las obras insignia del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, ha generado una ola de críticas debido a sus resultados económicos y operativos tras los primeros meses de funcionamiento.
Pese a las ambiciones y promesas iniciales, el proyecto ha demostrado ser un costoso esfuerzo que no justifica su inversión.
Cifras que cuestionan la viabilidad económica
De acuerdo con el reporte obtenido vía transparencia, en los primeros cinco meses de operación del Tren Maya se destinaron 1,470 millones de pesos para gastos de operación. Sin embargo, los ingresos obtenidos por la venta de boletos apenas alcanzaron 84.9 millones de pesos, representando únicamente el 6% de los costos operativos. Este desbalance pone en duda la sostenibilidad económica del proyecto y plantea preguntas sobre la racionalidad de su planificación financiera.
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Además, el flujo de pasajeros se ha mantenido por debajo de las expectativas iniciales. Entre diciembre de 2023 y mayo de 2024, el tren transportó 165,972 pasajeros, lo que equivale a un promedio de 1,000 pasajeros diarios. Estos números contrastan significativamente con las proyecciones optimistas que justificaron la multimillonaria inversión.
Un impacto limitado frente a un alto costo ambiental y social
Más allá de los números, el Tren Maya ha enfrentado críticas por su impacto ambiental y social. La construcción del proyecto implicó la tala de vastas áreas de selva y generó conflictos con comunidades locales que denunciaron falta de consulta y afectaciones a sus territorios.
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A pesar de los esfuerzos por posicionarlo como un motor de desarrollo para el sureste mexicano, los beneficios tangibles para las comunidades aún no son evidentes. Esto deja un vacío en la narrativa oficial, que prometía detonar el turismo y mejorar la conectividad en la región.
Proyectos ambiciosos, resultados dudosos
Recientemente, el ex presidente López Obrador anunció su intención de extender el Tren Maya hacia Guatemala y Belice. Esta propuesta ha sido vista como un intento de amplificar la relevancia del proyecto, pero no aborda las deficiencias actuales. Uniendo sitios arqueológicos como Tikal y Calakmul, el plan busca atraer turismo internacional, aunque parece más una estrategia política que una solución real a los problemas financieros y operativos del tren.
El Tren Maya, más que un motor de desarrollo, se ha convertido en un símbolo de desbalances presupuestarios, decisiones cuestionables y promesas incumplidas. Con costos desbordados, ingresos marginales y un impacto ambiental significativo, el proyecto enfrenta un futuro incierto que deja más preguntas que respuestas sobre su utilidad y propósito real.