Dice Paracelso: “Existen seis estrellas que gravitan en la existencia humana: las de los cuatro elementos primordiales, a las que se suman las estrellas del génesis y la del apocalipsis. Pero existe además una séptima estrella: la imaginación… que engendra un nuevo astro y un nuevo cielo”.
La imaginación, siempre activa, indudablemente es en la infancia donde reina su poderío. El adulto de hoy, el niño de ayer, puede a través de ella volver al tiempo de la niñez, aunque el espacio aquel ya no sea el mismo. Se es feliz porque todo lo que se va viviendo en la infancia es novedoso y la conciencia y los sentidos están en un continuo estado de sorpresa y descubrimiento. Los tiempos se mezclan y se deslizan por la mente, simultáneos, y a veces solo el poder de lo que se está viviendo en la infancia se evidencia y el mundo de los mayores, el mundo externo ajeno al del niño, parece ajeno y distante.
El monte y su presencia poderosa, ejerce en nuestro poeta niño, una fascinación invencible. Lo sorprendente emerge a cada instante. Llevarse a la boca un sapo y luego pasar un sombrero para recibir unas monedas, ilustra la audacia de estos niños, que solo sienten miedo ante la existencia posible de un puma, presencia temible que habita en el monte que los atrae y la imaginación engrandece.
La infancia está marcada también por los mayores. Los mundos casi antagónicos de la madre, contemplando calcomanías de Montmartre y hablándole en francés contrastan con el mundo del padre y su rudo trabajo cotidiano. La abuela protegiendo y ordenando el mundo familiar, el abuelo paterno y el contenido insólito de sus bolsillos: (un peine viejo para un dueño calvo). Por otro lado, su otro abuelo encarna sin lugar a dudas, un ser conmovedor. Amante de las rosas, besaba sus pétalos, y su nieto lo recuerda así:
”Mi abuelo se inclinaba
con sus ojos florecidos
y las rosas miraban
ese rostro amado
que era otra flor”…
Otra figura central de este libro es su amado amigo Alex, figura fascinante digna de ser seguida sin límite alguno.
No podemos dejar de citar, presente en el poema Silencio, un suceso doloroso que cambiará la vida de Hernán, tempranamente: la aparición de su sordera. Nos dice:
”Entre el niño y el silencio
es imposible que se den la mano
que firmen un tratado de paz.
Imposible no
yo tuve que hacerlo”.
Hallamos esencialmente en estos poemas que nos ocupa, dos presencias que se destacan y pueblan la infancia del poeta: el monte y su territorio fascinante y por otro lado la imaginación. Ella es protagonista allá en la villa del pasado pero también en el hoy, rescatando a través de la memoria lo vivido y enriqueciéndolo con nuevas imágenes, producto de su febril, incesante actividad.
Hernán terminará señalando con firmeza: “El universo de la imaginación, hizo de nosotros lo que somos”. Dato irrefutable que los poemas de “El Mundo era Grande” afirman con claridad.
Fatalmente, el territorio de la infancia será relegado por el advenimiento del tiempo que transcurre y la realidad concreta del presente. Pero la imaginación y el sentimiento no claudicarán. Nunca.
“Porque nunca se abandona el lugar donde se fue feliz”.
Carlos Garro Aguilar