Lo que parecía imposible, se concretó. En el estadio La Olla, de Asunción, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), Claudio “Chiqui” Tapia, le entregó el trofeo al arquero Guido Herrera consagrando a Talleres como ganador de la Supercopa Internacional. Fue una escena inimaginable meses atrás, cuando la tensión pareció llegar al máximo entre las partes.
La suspensión a Andrés Fassi por dos años para ejercer su cargo, luego de la reelección de Tapia en la Casa del Fútbol Argentino, hacía presumir un futuro complicado para los de barrio Jardín.
En lucha permanente por cuestiones ideológicas (sociedades anónimas deportivas versus entidades civiles sin fines de lucro), algunos arbitrajes cuestionables y discursos que claramente superaban lo confrontativo desde el círculo cercano a Tapia, hicieron pensar sobre qué le podía deparar a los albiazules esta lucha desigual, teniendo en cuenta el silencio y la mansedumbre con que las demás entidades acompañaron ese enfrentamiento.
No fue ilógico pensar, en ese momento, que esa soledad podía claudicar ante un enorme aparato que no estaba dispuesto a tratar temas que alteraran un estado de cosas con varias décadas de vigencia. Tapia, como antes Julio Humberto Grondona, además del apoyo de sus inefables serviles, había ampliado su red de adhesión y protección al modificar torneos evitando descensos, y dándole más espacio y competencia a las categorías menores, y a las ligas del interior del país.
Pero la tensión se fue atenuando y los campeonatos se siguieron jugando. Talleres hizo lo suyo, que no fue poco. En 2023 tuvo la mejor cosecha tras la de River Plate y por eso en estos días celebra su primer título nacional.
El tenor del choque entre Tapia y Fassi no alcanzó para cuestionar o atentar contra el mérito. El fútbol se siguió jugando. Talleres tuvo chances de salir campeón en el final del torneo pasado, pero volvió a fallar en los metros finales y cuando los ánimos comenzaron a exaltarse ante una racha negativa hace pocas semanas, llegó la anhelada consagración.
Nada de lo que separó a Fassi de Tapia y a Tapia de Fassi, cambió. Y no hay visos de acercamiento. Con una forma personalista de presidir el club, el presidente de Talleres encontró el desahogo y el cumplimiento de su anhelo en una vuelta olímpica que reafirma su liderazgo y le abre espacios a nuevos proyectos e inquietudes.
Aun con el matiz de su colisión con la AFA, Talleres, en diez años, pasó de jugar torneros Argentinos A, a ser un asiduo participante de torneos internacionales y a convertirse en permanente protagonista de los campeonatos nacionales.
El interrogante sobre si seguirá, y cómo, la lucha entre Talleres y la AFA, sólo la develará el tiempo y la eventual tenacidad de quienes la pusieron en escena.
Lo cierto es que Talleres sacó a tiempo los pies del lodazal, se irguió con orgullo y acompañó con esfuerzo la búsqueda de protagonismo y afrontó la competencia mostrando virtudes y defectos. La jugada le salió bien. A pesar de todo, salió campeón. Y lo tiene merecido.