El huracán Trump arrecia. Nuevos aranceles de 25% rigen desde el miércoles para el aluminio y el acero. Y se promete más. En un par de semanas será el turno de revelar, y estrenar, el régimen de reciprocidad que ajustará en función no solo de los aranceles que aplican los terceros países sino también de las distorsiones comerciales que propician sus sistemas impositivos. Trump disfruta así de ser el centro del universo, aunque sea por la vía de la creación y propagación del caos. Lo importante es que el mundo está pendiente de sus decisiones.
Trump sabe aplacar las rebeldías. La de Zelenski en el Salón Oval trocó en disposición a aceptar el cese del fuego después de una breve amansadora. La del gobernador canadiense de Ontario -y su pretensión de cobrar un “arancel” de 25% a la exportación de electricidad a Michigan, Nueva York y Minnesota- abortó atendiéndolo en la Secretaría de Comercio con suma amabilidad. No hizo falta arruinar la industria automotriz de Canadá, como amenazó. La de China se desconoce a pesar de que sus aranceles treparon 20 puntos. Beijing se limitó al intercambio rutinario de represalias. Pero, a diferencia de 2018, mantuvo impasible al yuan y no promovió el incendio de la estabilidad cambiaria internacional. No deja de ser una daga sutil: siendo así, los aranceles los pagará EEUU.
Trump también administra las peleas de entrecasa
Las peleas de entrecasa también se administran sin que la sangre llegue al río. La de Elon Musk con el secretario de Estado, Marco Rubio, se saldó bajándole el precio al hombre más rico del mundo, aprovechando que los mercados hicieron lo mismo, y más punzantes, con la acción de Tesla. Y el desafío del «shutdown» (cierre del gobierno) se solventó con la ayuda de Chuck Shumer, el líder de la minoría demócrata en el Senado. A último minuto como es la costumbre. Trump no tiene oposición. Ni los frenos inhibitorios de su primer período. No lo arredran los fracasos ostensibles de su gestión como el paso en falso de los aranceles de 25% a México y Canadá que debió revertir de inmediato. Ni la opinión adversa de los expertos (ninguno con asiento en su gabinete, a diferencia de su primer mandato). Ni los malos resultados: el viraje crucial es que perdió el temor reverencial a los traspiés de la Bolsa. Un Trump así es más temible que nunca. Su agenda creció en vértigo e intrepidez. Abarca ahora pretensiones territoriales de inédita agresividad. Y no aporta evidencia de que haya acrecentado su limitada pericia. Para peor, sin siquiera la referencia de Wall Street para evaluar el éxito de la navegación, todo se resume a lo que dicta su criterio personal, y su séquito repite.
Amenaza de recesión, consumidores menos confiados y la inflación como amenaza
¿Habrá una recesión?, se le preguntó en Fox News. “Odio hacer predicciones», contestó el presidente. «Puede haber algo de disrupción. Vea, lo que tengo que hacer es construir un país fuerte. No se puede estar mirando la Bolsa. China tiene una perspectiva de 100 años. Nosotros nos guiamos por trimestres. Y no se puede hacer de esa manera”. Un trimestre de penuria, dos… Cambio chico. Se le echará la culpa a Biden y a los globalistas que rechazan la vocación de hacer América Grande.
Trump machaca incansable. Su agenda destruye la confianza a toda velocidad, pero todavía la economía (la que recibió como herencia) resiste en pie. La confianza del consumidor cayó 11% en marzo, según la Universidad de Michigan. Después de tres retrocesos consecutivos, se ubica 22% por debajo de diciembre, y en niveles como los que suelen regir en recesión. “Mientras las condiciones económicas presentes cambiaron poco, las expectativas se deterioran a través de múltiples frentes, incluyendo la situación financiera personal, el mercado laboral, la inflación, las condiciones de negocios y la Bolsa”, reza el informe. El alto nivel de incertidumbre en torno a las políticas económicas, y los giros constantes que impiden hacer planes son los principales reclamos. La filiación partidaria incide en la magnitud del desánimo, pero no lo anula. La confianza de los consumidores que se reconocen demócratas se hundió 24%; la de los republicanos, 10%. Y la de los independientes, 12%. Nadie está cómodo en la borrasca.
Las expectativas de inflación de los consumidores estallaron al alza. A un año vista, marcan 4,9%. A cinco, 3,9%. ¿Cómo se explica la explosión? Enteramente por la creciente preocupación que despierta el impacto de la suba de aranceles. No importa que su aplicación sea reciente y no gravite aún en los registros de la inflación efectiva. Es pura expectativa.
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«No se puede estar mirando la Bolsa», le fijo Trump a Fox News.
No quedan vestigios del Trump rally
La confianza de los inversores cruje también. La corrección ya es oficial. El S&P500 cayó 10,1% desde sus máximos del 19 de febrero. En tres semanas, la saga de los aranceles le pasó la factura. Dice Trump, aggiornado, que la Bolsa no es la economía real, y tiene razón. Solo es un predictor, que como ya se vio, puede fallar. Y por eso mismo, del potente Trump rally -desplegado entre septiembre y el mes pasado- no quedan vestigios. Arriesgó con entusiasmo, pero se equivocó de planes.
La Bolsa no es la economía real. La confianza del consumidor no es el consumo. Las expectativas de inflación no son la inflación. Trump las tortura, la data blanda se derrite, pero la data dura tiene memoria y no se deforma bajo la presión. No, todavía. La economía se desacelera, sí, pero retiene un crecimiento no menor a 1%. Creó 125 mil empleos netos en enero, y 151 mil en febrero. Las búsquedas laborales de enero sumaron 7,7 millones, sin cambios apreciables. Y lo mismo vale para los pedidos de subsidio de desempleo al 8 de marzo. No es una recesión ni nada parecido. La inflación al consumidor, que se encabritó en enero, bajó de 0,5% a 0,2% en febrero. La definición núcleo cayó de 0,4% a 0,2%. Si se toma la mediana de la inflación, permanece inalterable en 0,3% al mes desde agosto. La Fed lo sabe, y por eso mira paciente desde el palco.
Todavía el cuerpo aguanta. Pero toda su solidez proviene del pasado. La realidad del presente es una tempestad que no cesa. Trump recién despliega sus ideas, milita la fase de los anuncios más que la de su implementación. ¿Podrá resistir la erosión tenaz? La Bolsa, el viernes, ensayó un repunte poderoso y estampó su mejor jornada de 2025. ¿El rebote del gato muerto? No, del gato encerrado que conserva músculo. Pero si la economía no zafa del menú que hoy le permite Trump tampoco tiene buen pronóstico. Quizás el presidente se reúna en abril con Xi Jinping a quien siempre se cuida de no ofender personalmente. Si de allí emergiera un acuerdo sería un desvío a tiempo, una primera señal de alivio en este vendaval de incertidumbre prefabricada.