Quienes hayan leído con atención Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776), libro fundacional del liberalismo económico, habrán advertido que Adam Smith reconoce la importancia y los efectos benéficos de los siglos de proteccionismo que antecedieron a la publicación de su obra.
Los argumentos de Smith a favor de la libertad comercial transitan dos carriles. Uno, la búsqueda de equilibrios automáticos que apuntalen la mejora en la productividad, en la eficiencia y en el crecimiento económico. Pero también señala que, al inaugurarse el último cuarto del siglo XVIII, el proteccionismo ya no beneficiaba a Gran Bretaña, sino que significaba una traba para el crecimiento de su economía.
Su país ya no lo necesitaba pues había escalado a la cúspide del desarrollo económico de la época y nadie podía competir con él. Al contrario, era el libre comercio el sistema del cual podía obtener los mayores beneficios pues en la libre competencia no tenían rivales.
El proteccionismo también existe
Por el contrario, los países que se encontraban retrasados en su desarrollo impugnaban la idea británica. Ellos necesitaban proteger sus industrias de la competencia inglesa. Tal el caso de Alemania. Allí, Federico List publicó una refutación de Smith en su Sistema nacional de economía política (1824), explicando lo obvio: en la libre competencia, Gran Bretaña los destruiría.
También Estados Unidos adoptó un fuerte proteccionismo tras la Guerra de Secesión (1861-1865), en defensa de su industria nacional, abandonando el libre comercio que impulsaba el sur agrario algodonero, desinteresado del destino de la industria. Igual sucedió con Francia y luego con Japón. A medida que los países ganaban confianza, se animaban a abrir sus economías, pero el proteccionismo nunca desapareció.
En diciembre de 1991, el industrial Lee Iacocca, gerente de la Ford y luego de Chrysler, comparó la importación de autos japoneses con el bombardeo de Pearl Harbor, del que por esos días se cumplían 50 años. Iacocca clamaba por protección y sostenía que, si nos atuviéramos al libre comercio, todas las camisas deberían fabricarse en China y todos los autos, en Japón.
En otras palabras: el proteccionismo nunca fue abandonado por los países desarrollados, que aplican una mezcla de proteccionismo y libre comercio, según convenga a sus intereses, dosificando la intensidad según los sectores y productos.
Por eso, no deben sorprender las medidas furiosamente proteccionistas anunciadas por Donald Trump para “hacer grande a EE.UU. nuevamente”. Si tuviéramos que comparar, los anuncios del presidente estadounidense abrevan más en la política peronista de los años 1940 que en el liberalismo que proclama Javier Milei. Y no sólo en economía, también en asuntos como la inmigración y el conservadurismo cultural.
Con matices y distintos grados de intensidad, es la política que desarrollan todos los países, si se sienten débiles en alguna zona de su economía. El presidente Milei se ha visto en apuros para explicar cómo es que ese mandatario al que él admira y apoya con fervor implementa políticas que, si los hiciera otro, sería blanco de los más fuertes epítetos de su parte.
En este caso, Milei sostuvo que Trump tiene otras responsabilidades y otro escenario. Débil explicación, proviniendo de quien se enfurece contra quienes no aceptan sus ideas de liberalismo extremo.
Es que el liberalismo tal cual lo propone Milei no existe en ninguna parte del mundo. Es un esquema teórico atractivo, pero que nadie instrumenta. Ni el propio Milei, que sostiene cepo y retenciones porque sabe que la libertad cambiaria le significaría un salto inflacionario incompatible con sus aspiraciones electorales.
La rebaja de las retenciones al agro debe anotarse como un reconocimiento de los perjuicios ocasionados por el retraso cambiario, que distorsiona todos los precios.
Más allá de la economía, Milei se percibe apto para bajar línea en materia de cultura antiwoke. En Davos, se pasó de vueltas y recibió rechazos desde varios sectores, incluso afines. A tal punto que el propio vocero presidencial tuvo que salir a hacer precisiones y desparramar aclaraciones.
El Presidente y algunos de sus asesores más cercanos tienen una gran obsesión por enderezar algunas conductas privadas que consideran desviadas. La abstención sería lo más apropiado, ya que se trata de conductas individuales en las que el Estado no debería inmiscuirse.
Impuestazo en Córdoba
Lejos de imitar al Gobierno nacional respecto de los ajustes a la política, el gobernador Martín Llaryora ha elegido mantener su nivel de gastos y hacerlo descansar sobre los contribuyentes. Igual conducta sostiene la Municipalidad de Córdoba.
En el caso de la provincia, los aumentos interanuales del impuesto Inmobiliario llegaron al 600% en algunos casos, con una inflación del 117% en 2024.
El gobernador mantiene estos aumentos y se siente seguro de que no tendrán impacto electoral. Además, provee de datos y comparaciones completamente alejados de la verdad. El peronismo, aun el que es crítico de Cristina Kirchner, parece carecer de una vocación por el ajuste en la política. Elig e mantener su nivel de gastos a costilla de los contribuyentes.
Habrá que ver qué resultados obtiene por ese confortable camino.
* Analista político