Lo ‘queer‘ es un término con el que viene a pasar lo mismo que con el de ‘maricón’ o ‘bollera’: su carga peyorativa ha sido resignificada por personas que la han reformulado como un símbolo de autoaceptación. Así que, a día de hoy, dependiendo del contexto y de quien aluda a ella, puede tener una carga positiva o todo lo contrario.
Con todo, sigue siendo el término más complejo y menos entendido de las siglas LGTBIQ+.
La ‘Q’ de ‘queer’, pero sobre todo el ‘+’, se utiliza como «un término paraguas para referirse a todo lo que no entra en la cisheteronorma (entendido lo cis como no trans), y que va más allá de lo LGTBI. Es decir, de las personas lesbianas, gais, trans e intersexuales», tal y como explica Ronny de la Cruz, presidente del Cogam.
El investigador en Psicología Social Mariano Beltrán indica que queer no es una identidad, sino más bien un adjetivo. Sirve para situar a las personas en la periferia del sexo/género; en la disidencia.
Rechazo a que se una dentro del LGTBI
Esa es una de las razones por las que no siempre aparece en las siglas del colectivo LGTBI, pese a salirse de la cisheteronorma. Investigadores como Vicent Lozano Gil, autor de ‘¿Qué es lo queer?’, destacan que incluir la ‘Q’ dentro del acrónimo que designa al colectivo no sería acertado, y menos como término paraguas. En su opinión, choca con la base identitaria que tienen el resto de las siglas.
Aún más: Lozano Gil considera este ‘paraguas de identidades’ como «la enésima táctica del neoliberalismo para encapsular una disidencia, limitarla y manufacturarla vaciándola de su potencial subversivo y transformándola en un nicho de mercado más, como ha sucedido con las identidades gay, lesbiana o trans». Apunta que lo queer no debería separarse jamás de un posicionamiento político crítico con el sistema sexo/género y «una crítica que debe ser estructural, no superficial».
Otras veces la negativa a la inclusión del ‘Q+’ viene desde ideas basadas en el rechazo a todo lo que rompa con el binarismo. En esta última semana, el hecho de que la letra y el signo no aparecieran en el ideario aprobado por el PSOE en su 41º Congreso Federal, gracias a una enmienda propulsada por el sector transexcluyente del partido, que lo rechazaba por «su significado misógino, ultraliberal y antfeminista», ha reabierto unas cuantas heridas y debates dentro de la izquierda.
Extrema derecha y transexcluyentes
¿De dónde viene este segundno rechazo? Lozano Gil habla en su obra de la reacción al #MeToo, el nombre del movimiento para denunciar las agresiones y abusos sexuales. Este comenzó por las acusaciones contra el productor Harvey Weinstein, para después viralizarse y expandirse a miles y miles de situaciones vividas por mujeres de todo el mundo, que venían a decir que ellas también habían pasado por situaciones de abuso de poder y de agresiones por parte de hombres.
A esto se le sumaba la resistencia por la creciente repercusión del 8M, que empezó en el 2018. Por aquel entonces, el patriarcado respondió articulando un nuevo machismo que se gestaba sobre todo a través de las redes sociales. Se le denominó machosfera, un lugar donde se descalifibaba a cualquier mujer que alzase la voz contra el machismo como histérica o loca -el típico insulto, nada nuevo- pero que se compañaba a un discurso victimista que “situaba al hombre blanco y hterosexual como víctima de una sociedad asfixiada por lo ‘políticamente correcto’ y la ‘cultura de la violación’».
La contraofensiva machista, cuenta Lozano Gil, se fundió entonces con «el feminismo conservador y transexcluyente». “La primera se sirvió de ‘lo woke’, un cajón de sastre que aglutina a todos los movimientos progresistas para atizar con especial furia al feminismo y al movimiento LGTBI+. Por su parte, “el segundo enunció ‘lo queer’ como un muñeco de paja para deshumanizar y arremeter contra su enemigo imaginario: las mujeres trans. Estas se presentaban como caballo de Troya del movimiento feminista, una creación de lo queer para proceder a lo que llamaron ‘el borrado de las mujeres’”.
Feministas con las que ha hablado este periódico hablan de cómo «lo queer está del lado de la explotación de mujeres, sexual y reproductiva, y de la compraventa de bebés». Denuncian que la industria farmacéutica saca tajada económica de los tratamientos hormonales de las personas trans, o de las clínicas que hacen operaciones de reasignación de sexo.
Por eso, hashtags como #queeresmisoginia o #inqueersicion se mezclaban en la red social X con discursos de la extrama derecha, que hablan de ‘agenda queer’, tildada por Beltrán como «infamia». En su opinión, es una «construcción fantasmática como la de ideología de género» para exponer presuntos peligros, como que hay toda una idea de «convertir a niños en niñas o niñes, y viceversa», y que ponen casi siempre en el ojo del huracán a las mujeres trans.
Pero los investigadores cuestionan este posicionamiento. Si lo queer empezó a utilizarse como insulto en el siglo XIX, la reapropiación cultimó en las últimas décadas de XX. Después llegó a la academia como una forma radical de hacer activismo y de señalar un a posición política disidente en el sistema sexo/género. Pero no hay única ‘teoría queer’, como señala Beltrán. Tampoco existe una doctrina ni un dogma, sino muchas posiciones que divergen entre sí.
Resistencia al binarismo
Por lo general, lo que tienen en común los estudios queer es que se resisten a la categorización de las personas y cuestionan los binarismos, como homo/hetero, masculino/femenino. Algo de lo que, según expresa Ronny de la Cruz, aún le cuesta un poco salir a parte de la sociedad. La socióloga, historiadora y activista feminista queer Gracia Trujillo habla en uno de sus textos de que lo queer supone «estar en fuga constante del ser nombrados, identificados, controlados por el sistema».
En los últimos años, lo queer ha establecido alianzas con el transfeminismo, que adopta la interseccionalidad como eje para sus políticas activistas. También tienen en común propuestas políticas feministas sobre los afectos, los cuerpos, el deseo o el sexo desde lo subversivo.
Desde lo queer se ha hablado de la posibilidad de fluidez. O de los cyborgs. Entran, como expone Trujillo, las personas «maricas, bolleras, transgéneros, marimachos, bujarras, butch, y un gigantesco etc.» «Queer es un posicionamiento político y una epistemología (una herramienta, o un conjunto de ellas, que nos puede ser útil para observar e interpretar el mundo de forma diferente, de manera crítica). Es un proceso de acción, no una identidad».
Lo queer, explicó Trujillo, busca «hackear la normalidad, disolver los binarismos y articular alianzas y redes». Y eso, pese a los avances de los últimos tiempo en España en materia de derechos LGTBI+, sigue sin compartirse por parte de la sociedad.